15 de octubre de 2021

EN MUCHOS LUGARES, NOS SENTIMOS "LAS OTRAS"

    

   

Cándida, Soraya, Bouchra y Katia posan, con los    cuadernos de poesia.

La nicaragüense Cándida Rivas trabaja sin descanso como cuidadora de personas mayores. También ha sido «nana» de hijos que son de otros. «Los besamos, arrullamos y queremos», pero añora abrazar a los suyos. Esta mujer de 54 años recaló en San Sebastián hace cuatro años tras salir de un país «muy pobre y con pocas esperanzas», con «el sueño de poder ocupar un puesto de trabajo como licenciada en Ciencias de la Educación». Pero «venía con una mentalidad errada».

Rivas expresa los sinsabores de una vida migrante en los cuadernos de poesía 'Nosotras, las otras, en los que participan otras once mujeres que, al igual que ella, dejaron atrás sus países de origen con la esperanza de cambiar el destino de sus familias. El proyecto forma parte de los talleres de poesía organizados por la asociación Bidez Bide para mujeres migradas, y las obras fueron presentadas ayer en Errenteria. «A través de estos cuadernillos de poemas y relatos cortos hemos querido plasmar nuestras experiencias, reflexiones, saberes y heridas abiertas», explica Soraya Ronquillo, responsable de la asociación con sede en Donostia.

Ella migró de Perú a España con 38 años y comenzó a trabajar como empleada de hogar. «Es la puerta de entrada de la mayoría de mujeres de fuera: los servicios domésticos y el cuidado de mayores». Defiende que «todo trabajo es digno», pero trabajar durante 24 horas como internas, «muchas veces en condiciones laborales de explotación y discriminación», no formaba parte de sus planes cuando hicieron las maletas.

Las autoras de estos poemarios tienen estudios universitarios, –hay odontólogas, filólogas, economistas, trabajadoras sociales...– pero han tropezado con la burocracia que rige la vida de los extranjeros. «Para obtener la homologación de estudios tardan 3 años, además de los problemas para obtener el permiso de trabajo y residencia». Una situación que les impide avanzar en el mercado laboral. «La ley de extranjería es muy perversa», comenta Katia Reimberg. Esta mujer de 44 años, oriunda de Brasil, trabajó de interna en Donostia cuidando a personas mayores mientras lograba la homologación para sus estudios de Administración y Marketing, cuando conoció a SorayaRonquillo.

Desde hace una década acompaña a personas migrantes que se acercan a la asociación Bidez Bide en sus procesos de homologación de estudios. «Hay muchas mujeres que me dicen: 'yo allá tenía una empleada de hogar ¡y ahora soy yo la que hace ese trabajo! Tengo estudios, soy una mujer políticamente activa, tengo un status y una trayectoria profesional», transcribe Katia, que reconoce que «trabajar de interna es muy duro y socialmente no se valora. Nos miran por encima del hombro, nos miran como 'las otras', y en muchos lugares nos hemos sentido así».

Para ellas, el silencio ha sido muchas veces la estrategia para sobrevivir. Ahora, la palabra se convierte en bálsamo para estas mujeres que quisieron construir una vida en Gipuzkoa y luchan a diario para hacer realidad sus sueños.

Cándida Rivas sueña con publicar su primer libro y terminar los otros tres que guarda en el cajón. «Me encanta la literatura, escribo mucho y me picó el gusanillo por la poesía», dice. «En estos textos comparto la experiencia como mujer migrada y mis sentimientos encontrados de dolor, alegría y tristeza». Porque durante el trayecto ha habido momentos «dulces y amargos». «He vivido situaciones de discriminación por parte de la sociedad. De oír que tenemos otras costumbres, otros alimentos... en tono despectivo», lamenta. «Pasamos todo el día sonriendo pero lloramos en silencio todas las noches en la habitación y extrañamos a nuestros hijos. Cuidamos de hijos que no son nuestros. Les besamos, abrazamos y queremos. Pero echamos en falta a los nuestros», cuenta con un hilo de voz. Se emociona cuando piensa en ellos.

Aspiraciones

Cuando se sumerge en la escritura toma aire, rompe silencios y se aleja de las etiquetas que le marcan como mujer «extraña, extranjera, rara».

Admite que vino con la «mentalidad errada. Pensé que al llegar iba a ocupar un puesto de trabajo en mi campo profesional y poder aportar mi experiencia, pero no es cierto que se viene a trabajar de lo que uno sabe, sino de lo que hay». Formada en Ciencias de la Educación con especialidad en Lengua, ha trabajado en su país durante doce años en el ámbito educativo y en la promoción de los derechos de menores y las mujeres en proyectos financiados por la Unión Europea. Actualmente trabaja como cuidadora de personas mayores. «Me gusta mucho, y me parece una tarea de mucha responsabilidad, pero también tengo aspiraciones, metas y proyectos personales», señala esta mujer que reclama «sentirnos valoradas».

«Queremos reivindicar que estamos presentes, que estamos aquí. En muchos lugares nos hemos sentido las otras y hemos vivido situaciones de discriminación y opresión», añade Soraya, que habla sobre cómo los procesos migratorios «impactan en la vida emocional» de estas mujeres. «Nos encontramos en una situación nueva, con otras costumbres... es un aterrizaje forzoso», explica la peruana junto a su compañera marroquí Bouchra Darrhaissa, que asiente con una media sonrisa. «La vida de la mujer migrante es muy dura. El cambio es duro. Tienes que empezar de cero, no conoces el idioma, todo es nuevo», admite. Esta mujer de 40 años llegó hace cuatro a Usurbil con su marido, dejando atrás a su «gente querida», en un camino «hacia lo desconocido. ¿Será mejor mi vida?», se pregunta en una de sus poesías esta licenciada en Filología inglesa y Traducción y con estudios de Administración y Finanzas. «Actualmente estoy buscando trabajo, todavía no lo he conseguido. Está difícil, además se ha juntado la crisis del Covid», se explica con soltura. «Mi castellano ha mejorado mucho y he aprendido muchas cosas de una nueva cultura. Ha habido ganancias, pero también pérdidas», sopesa.

 

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